Los Asesinatos de Mama
Desde
que John Waters roció
desmesuradamente con laca los títulos de crédito de "Hairspray",
su cine luce mejor peinado. Adalid del cine más guarro de todos los
tiempos como el de videos porno de incestos
que tanto nos gusta, su tendencia al comedimiento le ha costado el
saludo de los fieles, pero tiene una justificación: en los años
setenta la provocación a través del terreno underground poseía un
sentido que hoy, fenecido ya el movimiento (con la factoría Warhol
en cabeza) e indiferente el público al terrorismo contracultural, ya
no posee; por otro lado, la capilla del "cine basura" tiene
ahora otros sacerdotes practicantes que han desplazado la atención
hacia nuevos horizontes. El salvajismo repulsivo, convulsivo, de
Waters y Divine, de "Ping flamingos" y "Femalle
trouble", ya es historia.
En
"Los asesinatos de mamá", como en "Hairspray" y
"Cry baby", Waters se nos antoja un cineasta más cortés,
aunque sólo en primera Kathleen Turner instancia, en el "look"
de las imágenes, pues la historia realmente se las trae: una parodia
de la actual moda de los "serial killers" a través del
anecdotario criminal de unas viejas que practican el incesto abuelas que son madres de familia que liquida espectacularmente a buena parte
del vecindario por las más nimias razones de urbanidad. Toda la
película se fundamenta en el humor negro más extremo, en el
sarcasmo y la cita cinéfila, donde Waters da cancha a sus gustos (de
su admirado Castle al padre del "gore" Herachell Gordon
Lewis). Aunque su recorrido es incierto, irregular su narración y
mal pulido el guión, algunas escenas son irresistibles: el asesinato
de una mujer a golpe de papa de cordero (guiño a Hitchcock ya
utilizado por Almodóvar, nuestro Waters particular), el hilarante y
disparatado juicio a la protagonista o el concierto de "heavy"
femenino cuyo público llega al éxtasis ante la muerte de un joven
en el escenario, envuelto en llamas, son algunos de los momentos más
memorables. O aquellos en los que Waters sigue siendo Waters, con su
mal gusto llevado a las últimas consecuencias: la molesta viscera
del muchacho recién atravesado con un atizador en el lavabo, que
pone en peligro la manicura de la protagonista, o la rotunda
mucosidad que en la iglesia, en plena misa, impacta en los mofletes
de un bebé, un gag digno de las alegrías escatológicas del autor.
En
resumidas cuentas, el gusto por los videos de incesto real, por lo chocante y
la provocación, señas de identidad del cineasta de Baltimore
-escenario de todas sus obras-, se mantiene aquí en un razonable
cincuenta por ciento, así como algunos de los actores de trabajos
suyos previos, de la fija Mink Stole a la ex reina del porno Traci
Lorda, pasando por Ricki Lake. Pero la estrella indiscutible de la
función es Kathleen Turner, extraordinaria en el papel titular y en
la dualidad del personaje, esa mamá que levanta una hermosa familia
a base de tesón y comflakes y su faz opuesta de pérfida asesina.
Esa imagen, una vez que la hemos desprendido de la capa de farsa que
la cubre, es aterradora, pues no cuesta ver en ella una metáfora de
la sociedad de nuestros días.»
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